Cuando Jackson quiso entrar a un club privado para asistir a una reunión a la que estaba citado, le señalaron la puerta de servicio. “Es por allá”, le dijeron. A Ninna en la escuela la atormentaban por el cabello, incluso una maestra se ofreció a “peinarla”. A Harry, por lo mismo, le decían que era “bien feo”. Una vez, filmando un comercial rodeado por personas blancas, quiso sentarse a descansar al lado de una señora pero no pudo: la señora se asustó, agarró fuerte su cartera y, finalmente, corrió a un sitio en la otra punta.
A Franklin lo llamaron para que sea la imagen de una marca, pero luego le dijeron que mejor no, porque era muy negro y “muy coloquial”. Y el negro no vende.
¿A qué se debe eso? ¿Les pasa lo mismo a las personas blancas? ¿Qué lleva a cualquiera a pensar que un negro es sirvirviente y no un emprendedor premiado por Estados Unidos? ¿O que una mujer con pelo afro es una desaliñada y no una profesora certificada por la Universidad de Harvard? ¿Tendrías más posibilidades de ser jefe o conseguir patrocinios en Panamá si eres blanco?
Muy probablemente hayas crecido escuchando que en Panamá confluyen todos los universos, las nacionalidades, los gustos y los colores. Y que conviven bien. En paz. Pero en otro plano, circulan y se arraigan ideas que llevan a muchas personas a pensar eso: el negro no está pa’ jefe, el cabello afro es pelo malo, los “negros” no venden productos. Eso es el racismo. Una idea que marca la cotidianidad de quienes no son blancos en Panamá, pero cuesta mucho denunciar porque está normalizada y demanda la incomodidad de exponer desigualdades históricas. La de contar y criticar. La de ver y verse.
En el Día de la Etnia Negra, decidimos intentarlo: le preguntamos a cinco afrodescendientes si alguna vez los trataron diferente por ser negros. Aquí lo compartimos.
Jackson Rodríguez es educador, ingeniero y coordinador de ‘Dame un Chance’, una iniciativa que trabaja con jóvenes en conflicto con la ley. Creció en Santa Ana, fue a la escuela Omar Torrijos y supo quién quería ser cuando se topó con la serie ‘El Mundo de Beakman’, donde un científico loco explicaba cuestiones complicadísimas como si se tratara de un juego divertido y accesible. “A los 16 años me propuse ser ‘el Beakman negro’ de mi escuela”, dice. Y lo fue.
En 2013 entró en Ayudinga, un proyecto que pretendía cambiar la educación en Panamá, y educó a tantos jóvenes como Beakman. Por la revolución educativa que lideró, el gobierno de Estados Unidos lo premió como uno de los diez líderes emergentes jóvenes del mundo. Él recibió los honores envuelto en una ola infinita de aplausos, vestido con un traje congo.
“Yo soy lo que ocurre cuando le das una oportunidad a los pelados. Soy efecto, no causa. Por eso no quiero que me agarren de inspiración, sino que trabajen conmigo para tener las oportunidades que tuve yo”
Anécdota: “Una vez llegué a un lugar muy exclusivo y me dijeron ‘la puerta de servicio está ahí atrás’. Y yo no, es que vengo a una reunión acá. Y la persona: ‘¿Está en una reunión? Bueno, igual vaya por atrás’. Y de nuevo: hola, es que vengo a una reunión. Y entonces me dice: bueno pero si está en una reunión tiene que ir por el frente. Y yo: es que ya estaba en el frente, me mandaron por acá. Eh, y que bueno, si tiene una reunión tiene que entrar por al frente, pero es que ya estaba al frente. Me mandaron acá. Bueno, voy al frente”.