Sin insumos en los dos hospitales de la provincia, sin articulación de respuestas para contener la situación social y con medidas enlatadas desde el Gobierno nacional para una realidad diferente a la de la capital, en Chiriquí recurren al intercambio, la siembra y la solidaridad. Primer entrega de Panademia Interior: ¿cómo afecta la desigualdad territorial en distintas zonas del país?
Son las 9 de la mañana de un miércoles de agosto y en un rincón del extremo oeste del país, a un costado de la carretera Panamericana, la voz de un vendedor atraviesa ese aire denso de los meses de lluvia: «Vecino, vecina, llegó el carro de la fruta, las verduras, el pescado».
Sucede cada mañana, puntualmente, en este corregimiento al borde de la capital de Chiriquí desde que el virus irrumpió con furia en Panamá y el gobierno decretó la cuarentena. La Nueva Normalidad trajo la entrega puerta a puerta de productos locales que antes del virus, cuando no existían los cercos sanitarios, los vendedores comercializaban con otras provincias. Como no pueden ir a la capital o al resto del país, van casa por casa como predicadores ambulantes a ofrecer lo que cosechan para hacer unos centavos por las calles de los barrios.
Los campesinos y pequeños productores no son los únicos que han tenido que adaptarse a la Nueva Normalidad, ni tampoco ocurre únicamente en este punto al margen de la principal carretera del país, la Panamericana. Los dueños de restaurantes, bares y discotecas, entre otros muchos, ofrecen a través de las redes sociales casi cualquier producto o servicio, con entrega a domicilio incluida.
Chiriquí tiene 5.589 casos de contagios de Covid-19, el seis por ciento de los totales que hay hoy en Panamá y 20 veces menos que en la capital, pero las medidas vinieron enlatadas desde el Gobierno y son iguales a las de los capitalinos: de lunes a viernes hay toque de queda de 7 p.m. a 5 a.m., los fines de semana son de encierro total y no podemos ir al pueblo de al lado. La diferencia es que aquí no hubo esa cuestión insólita de cuarentena por sexo, tres días de salida para los hombres y tres días para las mujeres.

Antes del virus no existían los cercos sanitarios y los productores comercializaban con otras provincias. Las medidas enlatadas del Gobierno lo impidieron. | Foto: César Santos Jr.
Al frente de la atención, como en todas partes, están los médicos, enfermeras y el personal de los dos hospitales de la provincia, que no cuentan con esas cosas tan necesarias para atender a los pacientes o garantizarse seguridad: mascarillas N95, botas, escafandras, overoles impermeables o toallas desinfectantes. Lo pidieron, elevaron notas —y toda esa burocracia— y nada. Así que salieron a protestar y la respuesta fue la misma: lo mismo que nada. Entonces, lo hacen como pueden, con lo que tienen a mano y aún sin cobrar, o cobrando demasiado tarde. Esto, como las medidas enlatadas desde la capital, tampoco sorprendió a nadie: Chiriquí recibe apenas un décimo de lo que se destina a la provincia principal en el presupuesto nacional —y eso que corre con más suerte que las otras ocho provincias, que reciben aún menos.
La desigualdad que existe entre un ciudadano de Chiriquí y uno de Panamá es grande. Era así antes del virus en el país que es uno de los más ricos de la región y, al mismo tiempo, uno de los más desiguales del mundo. Pero la pandemia reforzó la precariedad que arrastran esas injusticias —aquí no hay bonos ni bolsones ni mascarillas para los médicos—. Los desequilibrios territoriales son tan antiguos como las tradiciones: “La desigualdad intra provincias explica el 94.3 por ciento de la desigualdad total en el país (…) No solo son muy grandes, sino que, además, han ido en aumento”, escribieron Marcos Fernández y otros especialistas en un informe del BID. “En Panamá, el lugar de residencia determina muchas veces la condición socioeconómica y las posibilidades de acceso a bienes que garanticen cierta calidad de vida”, dijo al momento de la presentación de ese informe el economista Carlos Garcimartin.
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La desigualdad que existe entre un ciudadano de la ciudad de Panamá y otro de cualquier provincia es grande. | Fuente: Informe BID.
Mientras tanto, en el pueblo de campesinos, pescadores y transportistas de carga, el que supo ser famoso por las patronales del 6 de enero, los vecinos se mueven en bicicleta o a caballo y lo que antes era patio, ahora es huerta o sembradío o espacio para la cosecha propia. Es un regreso a las raíces agrícolas que muchos habían olvidado: cada casa tiene un huerto autosuficiente, como una forma de resistencia contra el hambre y el encierro.
En esas anda Nanny, una enfermera y docente universitaria que vive con su madre y una tarde de agosto, justo cuando el sofoco cede ante una brisa que alivia, en el patio de su casa toma un límón de su limoreno y dice: “Mira qué bonitos que han crecido… Lástima los culantros, que se los comieron las gallinas, pero los limones y las naranjas si están creciendo hermosas”.
En medio del lío monumental de la pandemia, la siembra propia no es la única práctica eminentemente agrícola que ha reflotado en estas tierras. Apareció, por estas mismas calles que exudan café de fogón y guayabas, con gallinas y gatos a la libre, otra costumbre de la sociedad agricultora-ganadera: el trueque.
La producción y distribución de alimentos se afectó desde el primer momento de la cuarentena y los chiricanos, gente de campo, han recurrido a lo que ha sido su identidad desde siempre, más por necesidad que por nostalgia: sembrar, intercambiar la cosecha o la pesca con sus vecinos por una bolsa de frijoles o alguna otra cosa útil —unas libras de pollo por otras de arroz—.
La carretera panamericana conectará al continente entero pero este pueblo recostado en su borde, parece muy lejos de todo. De los bonos o las bolsas de comida, de la vista de un Gobierno que lo rezaga. Los vecinos, mientras tanto, se arreglan con las más viejas de todas las prácticas, que siempre les ha salvado en incontables ocasiones, y esta vez les ayuda a matar poco a poco el hambre y la soledad.

Las medidas en Chiriquí son las mismas que en ciudad de Panamá, aunque haya 20 veces menos de contagiados de Covid-19. | Foto: César Santos Jr.
About the author
Periodista y miembro del colectivo de periodistas Concolón, César despunta la profesión que lo entusiasma y otras pasiones como la filosofía en las tierras chiricanas. Publicó artículos, poemas, ensayos y cuentos en medios nacionales e internacionales, y fue nombrado iReporter de Panamá por la CNN. Desde Chiriquí, contó para Revista Concolón cómo se vive la pandemia en un punto al lado de la Panamericana pero muy lejos de todo.