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En Panamá el autoritarismo se esparce como el Covid-19. Contra un poder que prioriza los bancos a la gente, universitarios y feministas reivindican el carácter democrático de la democracia de la calle, con tapabocas, alcohol y distancia social. ¿Es la consolidación del movimiento fogoneado al calor de las reformas constitucionales?

El miércoles 1 de julio de 2020, cuando el presidente de Panamá cumplía un año en el cargo, el mundo seis meses en estado de alerta por un virus y los panameños cuatro de encierro forzado, jóvenes y feministas organizados escupieron dolor y furia en una marcha histórica en tiempos de pandemia. Fue por la mañana, con una manifestación que incluyó caminata hacia la Asamblea Nacional, donde Lauretino Cortizo daría el informe a la nación.

El plan era sencillo y se pergeñó pocos días antes: agrupaciones universitarias, colectivos feministas y movimientos sociales irían a la Asamblea a visibilizar los reclamos populares desatendidos por el Gobierno durante la pandemia. Fue orquestado por los mismos que permanecieron por meses en deliberación permanente durante las reformas constitucionales del año pasado. «Es una continuidad de lo que ocurrió contra las reformas pero una continuidad entre personas que nos consideramos del lado de los trabajadores, estudiantes, mujeres y sectores explotados», dice Mario Enrique De León, sociólogo e integrante de grupos de estudio de la Universidad de Panamá (UP).

Fotos: Ana Sofía Camarga

A las 9 a.m. salieron de la UP. Algunos de los manifestantes avisaron la noche anterior que la policía estaba montando un cerco alrededor del parlamento. Para esa hora, los medios ya habían publicado la imagen de miedo: tres vallas de seguridad bordeaban el edificio donde hablaría el presidente y había decenas de unidades policiales con perros distribuidas entre las entradas del metro y frente la plaza 5 de Mayo. Al llegar a la iglesia Don Bosco, se unieron columnas de los sindicatos de Conusi, Frenadeso, Sintup, Suntracs, que llegaban desde el Parque Porras. La marcha continuó por Calidonia hasta la 5 de Mayo, donde había círculos dibujados en el piso que indicaban el sitio de cada quien, para mantener las distancias. Los habían delineado unas horas antes un grupo de feministas.

Lo hicimos para mantener las medidas de bioseguridad”, cuenta Gavina López, activista feminista. La tarea no era tan sencilla, pues suponía cubrir una extensa área frente a la amenazante presencia policial, y con la probabilidad de que llegara gente antes de que terminaran. “Al final, nosotras siempre resolvemos”, cuenta Gavina, entre risas. La abrumadora presencia femenina garantizó también que los reclamos de las mujeres se hicieran oir: «El Estado opresor es un macho violador«, se escuchó cantar. «Culpo al Gobierno y al poder económico capitalista y patriarcal. Los condeno a muerte«, se leía en una pancarta. A lo largo de la marcha, fueron activistas mujeres, estudiantes de la U.P,, quienes lideraron el paso y las consignas.

Una marcha con distanciamiento social | Foto: Ana Sofía Camarga

Viéndola sin contexto, la imagen de la manifestación parece de apocalipsis: gente repartiendo alcohol y botellas de agua, gritando con tapabocas, saludándose a la distancia o con los codos. Pues ese es el sello de las protestas en tiempos de Covid-19, unas donde se suda menos pero se sufre más: policías con perros, políticos que retan, las políticas que no se articulan y la contención que no llega —un bono de 100 dólares en un país donde la canasta básica ronda los 300.

Pero aún más que eso, la imagen muestra que, a contramano de todos los estereotipos y prejuicios, los jóvenes que organizaron y convocaron son precavidos y cuidadosos. De la rebelión por las reformas constitucionales, aprendieron que el autoritarismo daña y que salir a la calle es un saber práctico, una cultura política que se aprende en los pasillos de las facultades. «Las luchas políticas de reclamos colectivos se ganan en las calles», dice Mario Enrique De León. Y dice: en estos escenarios, la policía suele intentar disuadir para conservar lo que hay y que nada cambie. Lo saben desde aquellos meses de palo y balín en los alrededores de la Asamblea, cuando les reprimieron con la furia de mil bestias. Así que ahora salieron acompañados por un grupo de abogados que darían respaldo si la represión se activaba.

El virus y la conciencia de clase, les permitió entender, además, que contagiarse sería un crimen: «Teníamos que tener todas las precauciones de bioseguridad, así que dijimos que nada de aglomeraciones, vamos con alcohol y con mascarilla puesta. Quienes fuimos somos personas de bajos recursos, no tenemos derecho al contagio», dijo Yousee Herrera. Yousee estudia Ciencias Políticas e integra la sección feminista del colectivo Masa Crítica.

Yousee Herrera, quien comandó la marcha a la Asamblea Nacional | Foto: Ana Sofía Camarga

En Mario, en Yousee, y en sus dichos, están las claves para entender la manifestación del miércoles: es el nacimiento de un movimiento organizado, joven pero con una experiencia fogoneada al calor de los reclamos por los derechos durante la discusión de la nueva Constitución. En la cobertura noticiosa y las consignas contra la corrupción, se pierde un dato fundamental: fue una protesta eminentemente política hecha por gente que el gobierno siente de su propio palo. Movimientos sociales, mujeres de zonas alejadas de la ciudad, intelectuales de izquierda, trabajadores: el colectivo que el PRD dice representar.

Que nadie quede fuera debería ser decreto”, se leía en una pancarta. Otra decía: “Necesito el bono solidario”. Y otra: «Nito=Fraude/ Carrizo renuncia».

Vallas y policías franquearon la Asamblea Nacional | Fotos: Ana Sofía Camarga

Entre las consignas se cantaba: “No somos vende patria, somos patriotas”. Denunciaban la negligencia y corrupción por parte del gobierno frente a la crisis. En la larga tradición burlona local, no faltaron algunas con críticas en forma de chistes: “Carrizo, róbate el COVID también”. Otra agrupaba bajo un título de película, «Lo que el COVID se llevó», lápidas con los nombres de algunos muertos: educación, arcas del Estado, sistema de Salud, garantías constitucionales. En Panamá, la alegría es una forma de resistencia.

Los carteles marcaban la procedencia y algo de la variedad que se vio en la protesta. Frente a la valla de seguridad, tres hombres y una mujer jóvenes meditaban de piernas cruzadas de cara a las fuerzas de la policía que custodiaban el perímetro de la asamblea. A sus espaldas, los integrantes del Suntracs con banderas rojas rodeando la plaza Ghandi. Bajo el semáforo, a un costado del almacén Dinasty, los bomberos reclamaban la asignación pendiente de los nuevos directivos. Más allá, los carteles “Sí a la transparencia” y “Sin Carrizo por favor”.

Fotos: Ana Sofía Camarga

El motor principal de esta marcha fue la desigualdad de un sistema que vomita a la mitad de la población del país: «El pueblo panameño, en su inmensa mayoría, se encuentra en la lamentable e inducida circunstancia de elegir entre cuidar su salud contra el SARS-CoV-2 o salir a la calle para buscar el pan y no desfallecer ante el hambre […] El gobierno ha priorizado los intereses del sector financiero y empresarial del país sobre los intereses del pueblo panameño», se lee en la carta abierta de los estudiantes universitarios al presidente Cortizo.

El comunicado, que fue leído en la marcha, puntualiza las medidas solicitadas para que «la economía de la salud de la mayoría” deje de postergarse por sobre “la salud de la economía de una minoría privilegiada»: renta básica o un bono por encima de la canasta básica, una moratoria real sobre los servicios de primera necesidad y responsabilidades financieras, respeto a los derechos y conquista laborales de la población, el fin de la brutal represión de los estamentos de seguridad, repudio al recorte presupuestario a la Universidad de Panamá y, finalmente, ayudas efectivas y reales para los micro, pequeños y medianos empresarios.

Fotos: Ana Sofía Camarga

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